Hace un par de semanas fui con mi familia al Ateler Belge, a celebrar un cumpleaños. Mi hermano ya había estado antes y llevaba tiempo recomendándoslo, y cuando vimos que había entrado en el club kviar no pudimos resistir ir. El Atelier Belge (Taller Belga en francés) es de los pocos restaurantes belgas de Madrid, y creo que el único que realmente tiene tanta variedad y calidad. El chef, belga, se llama Etienne Bastaits ha estado trabajando en muchos restaurantes de renombre de todo el mundo, y se nota. Lo primero que me llamó la atención al llegar fue que la camarera que nos recibió ya la conocí hace unos meses en el Brote, y me pareció una pedazo de profesional en aquella ocasión, por lo que me alegré un montón de volver a encontrármela. Sabe un montón de quesos, y de comida en general.
Nada más sentarnos, para entrar en calor nos recibieron con unos minicócteles de un trago a base de limón, triple seco y azúcar. Riquito.

También luego mientras mirábamos la carta nos trajeron unos aperitivos como los de la foto, crujientes y ligeros, para mantener la mandíbula en marcha. Pedimos unas cervezas belgas, por supuesto. A mí la que más me gusta es la Duvel, que la conocí en Gante hace unos años y me encanta pedirla cuando la veo. Ojo porque su sabor suave y su color amarillo claro engañan, y no parece que tenga 8 grados. De vino pedimos un Borsao Berola, de Campo de Borja (muy buena D.O 😉 ) y resultó magnífico.


Y siguieron trayendo aperitivos de la casa… Todo esto, con el pan y el cariño lo cobran a 3€/comensal. Tenedlo cuenta a la hora de pedir porque al final poco a poco te vas llenando. El moja moja de la foto consistía en zanahoria con salsa rosa, grissini con salsa de cheddar con apio y otros palitos más finos aún para mojar en hummus.

El primer entrante que pedimos casi según llegamos, para no perder el ritmo fue frío: una rillette con encurtidos y tostas. La rillette es como un paté pringoso hecho a base de cerdo cocinado en su grasa. Es típico de Le Mans, un plato muy francés, que les encantan estas cosas y la verdad es que estaba muy bueno, pero a mí la grasa me sienta regular así que conviene no pasarse demasiado.

De nuevo nos interrumpieron con más aperitivos de la casa. Empezábamos a asustarnos porque la verdad es que no contábamos con tanto y habíamos pedido una barbaridad. Pero la verdad es que íbamos caninos. Con el pan, buenísimo y variedades variadas, te ponen una mantequilla que no puedes parar de untar. Y después una botellita muy mona con una crema de mejillones realmente buena. Siento deciros que en la foto la crema ya no era. No es fácil lo de estar comiendo y fotografiando sin distraerte de alguna cosa.

Y ya por fin llegó el primer entrante caliente. Ardiendo. Unas croquetas caseras de quisquillas belgas, acompañadas de perejil frito con limón. No habéis probado casa igual. Muy buenas.

Y llegaron las cacerolas! Menudo festival mejillonero nos dimos. Mi hermano y yo cuando nos calentamos a veces no medimos y nos pareció buenísima idea pedir una cacerola de mejillones a la marinera normales con vino blanco y otra de los mejillones a la diabla, que llevan tomate, tabasco, cebolla, apio verde y bacon ahumado. Este plato es lo que los belgas llaman moules-frites (mejillones con papas fritas) porque añadido a las cacerolas gigantes de mejillones vienen sendos cucuruchos de patatas fritas para morirse buenas. Imagino que ya sabéis la polémica entre franceses y belgas por la autoría de las patatas fritas. En realidad da igual porque sin duda los que mejor las hacen son los belgas. Ese punto crujientito por fuera y más blando por dentro y muy salado me vuelve loco. Y bueno, volviendo a los mejillones, creo que son los mejores que he probado nunca, incluyendo mis viajes por los países bajos. Mejillones hermosos y con un sabor tremendo. Imprescindible tomare el mejillón con la cáscara llena de salsa, luego mojar pan en la salsa y por último rematar la jugada con la cuchara. Esa salsa tan rica no la podéis dejar ahí. Lo cierto es que con este atracón que nos dimos de moluscos bien podíamos haber cenado, pero aún nos quedaban los segundos.

Mi hermana pidió onglet , que es un plato de falda de ternera asada con chalotas confitadas, salsa al oporto y espuma de patatas. Muy muy buena. La carne muy tierna y muy sabrosa.

Mi hermano y yo pedimos raya, que es un plato que no se encuentra fácilmente pero si está bien hecha es sublime. Como era el caso. En el Atelier la preparan con mantequilla negra, alcaparras y puré de patatas. Es una combinación de sabores flipante y el punto de la raya perfecto.

Y bueno, ya que estábamos en el lío nos pedimos un postre para compartir. Tarta de azúcar caramelizada. Qué placer. Entre bizcocho y toffee, con el toque de los frutos rojos y la vainilla… Sales dando abrazos al cocinero.

Y como igual creían que habíamos comido poco, cerramos la cena con unos minipostres de chocolate de la casa. Ya digo que esos 3€ del cubierto dan para mucho mucho.

Conclusión: Un festival de comida rica, preparada con cariño y que además en muchos casos no estás acostumbrado a tomarla en Madrid. Con el Atelier te teletransportas a uno de esos restaurantes de Centroeuropa entrañables y donde te sientes como en casa. Si eso lo acompañas de buen servicio, buenas cervezas y buenos precios, te queda un restaurante que hay que apuntarse en la lista de los sitios buenos.
Os comento también que tienen un menú degustación que incluye varias de las cosas que tomamos nosotros por 30€ con postre, sin bebida que tenía buena pinta, pero debe pedirse a mesa completa.
Precio: 32€ (con el -30% de club kviar)
Web: atelierbelge.es
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Localización:
Pero si yo cuando fui a Bruselas me tomé solo los mejillones, me parece imposible luego pedir segundos, y además todas esas entradas, Habrá que conocer este lugar. Me ha encantado todo.
besos,